Este fue un día de examen. No quedaba más opción que despertarse más
temprano de lo habitual para estudiar, objetivo: aprobar. El frío no
ayudaba, el sueño tampoco, ni el cansancio acumulado de las horas de
trabajo del día anterior. Las típicas prisas, agobios, gritos de una
madre enardecida por llegar su hijo tarde a clase, y las mismas
preocupaciones por cuidar cada detalle. Todo apunta a una mañana normal,
sin ninguna novedad de esas que cambien bruscamente el rumbo de tu
vida.
Como cada momento antes de salir camino hacia el exterior de
mi particular caverna, la inocencia se apodera de mis pasos, guiándome
hasta el lugar donde se encuentra ese ser que tanto aprecio, ese animal
que importa tanto o más que un ser humano. ¿Por qué hago esto? Puede ser
que necesite verla, que necesite apoyarme en el cariño que, tan sólo
mirándola, desprende, que quiera guardar su imagen y disfrutar de ella,
esperando que no sea por última vez. ¿Quién me iba a decir que, en esta
ocasión, se rompería mi rutina y no podría volver a verla jamás..?
Me
acuerdo de ese año 2003. Aún era un enano, y como siempre llegaba de
clases después de caminar durante un buen rato. Entré y me sorprendí
cuando ,de repente, vi algo que desde el primer momento me encandiló.
Era pequeñita, blanca, con unos ojos en los que se notaba miedo pero, a
la vez, muchas ganas de empezar a disfrutar del que estaba siendo su
gran cambio de vida. Movía la cola, creo que le gustó verme. Se acercaba
con timidez y demostraba ya que iba a necesitar mucho cariño. Tenía 6 años, aunque nunca éstos fueron del todo felices. Hay quien no sabe apreciar las vidas
sobre las que tiene total responsabilidad.
Después de 8 años,
viendo como crecía su autoestima, sus ganas de disfrutar la vida, como
dejaba de lado sus miedos, creo que conseguimos el objetivo. Conseguimos
que fuera feliz.
Yo, particularmente, no creo en el alma, ni en
ese cielo creado como argumento para explicar ciertas teorías. Tampoco
tengo idea de lo que pasará por la mente de alguien cuando está cerca de
apagarse esa máquina que es el cuerpo humano. Obviamente, menos puedo
saber sobre lo que pasará por la mente de un animal, algo tan complejo.
Pero si de algo estoy seguro es de que, si pudiera tener la capacidad de
recordar e hiciera un repaso de su vida, recordaría que su estancia con
nosotros fue de completa armonía, y que en ningún momento querría
recordar sus malos comienzos, sino que recordaría el amor que,
posteriormente, nosotros intentamos darle.
Por ello, estoy
tranquilo, porque sé que toda mi familia contribuyó a que aprovechara al
máximo cada minuto de su vida y que ella quisiera vivirla. Pudo ser
menos tiempo, dicen que se sacrifica a un animal para que no sufra...
Pero, ¿quién da derecho a cualquier ser humano a actuar sobre la
naturaleza de un ser vivo y negarle el derecho a intentar vivir, y
disfrutar su vida hasta el momento en que realmente llegue a su fin?
Hoy,
15 de noviembre del 2011, ha acabado su historia. Porque así tenía que
pasar, porque todo ser tiene su último momento. Pero no es un final
total, porque lo bonito de las historias es que pueden perdurar en el
tiempo.
Su vida duró hasta hoy, su recuerdo durará para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario